Dos recetas poéticas

Las olas rugían esa noche, contaminaban todo. Terminaba el primer lunes de otoño mientras pensaba en dos recetas poéticas. Más temprano, cuando rumiaba sobre qué cocinar, tuve un recuerdo inesperado y busqué entre pilas de libros recién mudados una “Receta de mujer”. Al final la encontré y mientras revisaba los textos de Vinicius de Moraes, llegué a otra, llamada “Feijoada a minha moda”.

La “Receta de mujer” es un poema donde propone que “todo sea bello e inesperado”. Abunda en frases al estilo de “gravísimo es sin embargo el problema de los huecos claviculares, una mujer sin ellos es como un río sin puentes”. O se muestra favorable de que “Que exista un gran latifundio dorsal”…

Es un texto muy famoso de un poeta famoso, aunque la verdad no sé si tendría tanta suerte con esas metáforas en este siglo 21. Esa noche también quedé pensando si el tiempo habría pasado por el poema o por mi alma, pero ya no sonaba igual que antes, seguramente ya no lo tendría pegado en una pared como sucedió en alguna casa más pequeña y lejos del mar, allá en el siglo 20. Esa certeza me dejó con una sensación extraña.

La otra receta de Vinicius de Moraes es totalmente distinta y la encontré en una antología comprada hacía poco en uno de esos enormes kioscos de Rio de Janeiro. Esta vez abordaba algo que está más allá de la moral y la estética, la feijoada.

Un guiso de frijoles negros. La realidad no existe sin la poesía, aunque en general la ignora. Pero en la feijoada la poesía está incluida porque es una mezcla explosiva con sabores y texturas inquietantes. Como tantos potajes viene de la pobreza, de la búsqueda creativa de hacer rendir las sobras. Creo haber leído que fue comida de esclavos.

Pero la feijoada ha evolucionado hasta convertirse en un fenómeno sociogastronómico, un símbolo nacional. En Brasil es posible encontrar excelentes feijoadas en pequeños bares o grandes y tradicionales restaurantes, generalmente los miércoles y sábados, y hasta es posible caer en refinamientos modernistas que aún si fueran fáciles de tragar son difíciles de entender. 

Hay variantes de esta preparación, pero en este caso hablamos de la feijoada carioca, es decir la de Río.

Por mi parte la he visto así (como se puede mirar la materia oscura del universo): el guiso humeante de frijoles negros con carnes misteriosas, farofa (harina de yuca sofrita y aderezada), arroz blanco, couve (una especie de acelga que se corta en tiritas y se rehoga), y gajos de naranja, lo cual le da otra dimensión. 

Recuerdo un botequim (bar de esquina) donde venía incluida en el precio una batida de cachaza con limón, que caía muy bien al final, porque el final de la feijoada suele ser largo y trascendente. 

La probé por última vez un sábado cuando llegamos caminando hasta un galpón por la plaza Tiradentes, donde estaban tocando samba y bailando. Toda una fiesta en el centro de Rio de Janeiro. Hubiera sido una noche estupenda, pero era mediodía.

El poema de Vinicius sobre la feijoada va dirigido a una pionera de los programas de cocina en la TV brasileña, Helena Sangirardi. Comienza  avisando que le manda una receta prometida, y explica (en portugués sin arriesgarnos a traducir): “Este poeta / Segundo manda a boa ética / Envia-lhe a receita (poética) / De sua feijoada completa”.

Quienes esperen una receta, sin embargo, están perdidos. 

Al comienzo el poeta explica que al levantarse, tarde por supuesto, quiere encontrar todo picado desde temprano para no manchar sus manos de vate, y que se limitará a dar unos toques artísticos, pero aparentemente cruciales, a la olla donde hierven los frijoles negros. 

Vigiaremos o cozimento / Tomando o nosso uísque on the rocks”.

El poeta se acerca a la olla: “E em elegante curvatura: / Um pé adiante e o braço ás costas / Provaremos a rica negrura”.

Entran las carnes secas y otras al guiso, y un secreto de Vinicius de Moraes: “Uma língua fresca pelada / Posta a cozer com todo o resto”. No podía quedar fuera la lengua, siendo la receta de un escritor.

Entran luego hojas de laurel y el chorizo, en portugués llamado linguiça. Luego en otras fuentes para llevar a la mesa, el couve, la farofa, y “a laranja gelada».

Para el poema completo, incluso en la voz de Vinicius, se puede visitar este enlace.

Hay mucho más para leer de la obra de Vinicius de Moraes en diversos sitios de internet, incluyendo uno que lleva su nombre. 

En español hay varios libros traducidos, antes era más difícil conseguirlos. Mi experiencia comenzó cuando publicó las primeras traducciones Editorial de la Flor, en Argentina. Fue célebre el librito verde con su “Antología Poética”.

El ejemplar que tengo ahora es viejo, huele a moho, en una Lima donde todo se humedece. Hay unos cuantos poemas marcados, por ejemplo el de “Poética”, donde dice que: “De mañana oscurezco / de día tardo / de tarde amanezco,/ y de noche ardo”.

O el célebre “Día de la creación” donde recuerda reiteradamente que “Hoy es sábado, y mañana domingo”.

En un CD que anda por ahí en algún rincón, se oye su voz recitando ese otro poema sobre el “año asesino de 1973” en un concierto en Sao Paulo. Hablaba de la muerte de los tres Pablos: Picasso, Casals y Neruda. Y concluía con un enfático: “Oh ano triste e sem sorte / Vá pra puta que o pariu”.

Vinicius de Moraes es uno de los poetas más importantes de Brasil. Aunque, ya sabemos, es más conocido por su participación como compositor y cantante en temas universales como la “Garota de Ipanema”. 

En Río hay un restaurante con ese nombre donde, según la leyenda, Vinicius y Tom Jobim cuajaron la canción tras el paso recurrente de una garota por la acera. No se si será verdad pero, ya que hablamos de comida, este es un point para incursionar en “picanha na chapa” y kibe frito con chop helado.

De las canciones de Vinicius evoco siempre una de la película Orfeo Negro, basada en su obra teatral, cuando los niños de la favela suplican: “Orfeo, haz salir el sol”. Y Orfeo agarra la guitarra y canta esa “Mañana tan bonita mañana”. 

Su repertorio incluye famosísimas composiciones con Tom Jobim, con Baden Powell. Los discos con Toquinho y con otros, como Creuza, Bethania, o Vanoni. O ese otro concierto que, por azar, o por destino, sucedió una vez en la sala Canecao de Río en 1992: un homenaje a Vinicius, que ya no estaba, por Tom Jobim. El poeta siempre ponía el whisky encima del piano, y tocó allí tantas veces, que dejó la huella del vaso marcada.

Al final del poema “Feijoada a mina moda” Vinicus de Moraes sentencia rotundamente que después de una feijoada el cuerpo pide algo: “Evidentemente una hamaca / Y un gato para acariciarlo con la mano”.


Texto de Luis Córdova

Data de 2010, editado años después

La foto viene del sitio https://www.viniciusdemoraes.com.br/br/ que es lo más parecido a un sitio web oficial.


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *