Dos recetas poéticas

Vinicius de Moraes
Foto: Wikicommons
Vinicius de Moraes
Foto: Wikicommons

Las olas rugen esta noche, contaminan todo. Acaba de terminar el primer lunes de otoño y no logro sacarme de la cabeza dos recetas que se me aparecieron por motivos inconfesables. De tarde, mientras rumiaba sobre cómo cocinar un arroz con sobras de mero tuve un recuerdo inesperado, y busqué entre pilas de libros recién mudados a esta casa, pues quería dar con una «Receta de mujer». Al final la encontré, y mientras revisaba poesías brasileñas, también llegué a otra, llamada «Feijoada a minha moda».

Qué final de día tan caótico, quizás debido a las transiciones, al cambio de estación, a las dos recetas con vínculos inesperados. Llegué a esta casa hace menos de una semana, y siento como si la visión de este mar inmenso de Lima me hubiera habitado siempre. Pero sin melancolía, al menos hoy, porque no creo que la melancolía y la cocina
vayan bien. El arroz con mero quedó sutil.

La «Receta de mujer» es un poema con historia personal, lo tuve pegado en una pared muchos años. No se trata de comida, aunque si de ganas comer. Describe la perfección imperfecta una persona que es como un anhelo donde «todo sea bello e inesperado». El poeta apunta a geografías que parecen sacadas de sueños húmedos: «gravísimo es sin embargo el problema de los huecos claviculares, una mujer sin ellos es como un río sin puentes». Ya antes había dicho que «lo de las nalgas es importantísimo. De los ojos entonces ni decirlo».

«Que haya una hipótesis de barriguita, y en seguida la mujer se alce en cáliz»… «que exista un gran latifundio dorsal»… «que los miembros terminen como tallos»…»preferibles sin duda los pescuezos largos»… «que la mujer sea en principio alta. O, si baja, que tenga la actitud de las altas cumbres»… «que de siempre la impresión de que, si cerramos los ojos, al abrirlos ella no estaría»… «que parta, no que se vaya»… «y en su inacabable imperfección constituya la cosa más bella y perfecta de toda la creación innumerable».

Lo demás, debe estar en algún sitio web de poesías de Vinicius de Moraes.

En busca de recuperar este poema con la receta de mujer, encontré una antología comprada hace poco en uno de esos kiosco-librería brasileño, y dándole una mirada, terminé en esa otra receta poética, un texto que no conocía, de la feijoada.

Ahora estamos hablando de un guiso de frijoles negros con unos pedazos de carne. Pero la realidad no existe sin la poesía, aunque en general la ignora. La feijoada la poesía la tiene por si sola, porque es una mezcla mágica y explosiva. Contiene sabores y texturas inquietantes. Como tantos potajes, incluye entre sus ingredientes una historia que fija su origen en la pobreza, cuando trataban de hacer rendir las sobras. ¡Sobras de antaño! En algún lugar creo haber leído que era comida de esclavos.

Pero ha evolucionado hasta convertirse en un fenómeno gastrosocial, o sea un símbolo de Brasil. Es posible comer excelentes feijoadas en muchas esquinas, en pequeños bares o grandes y tradicionales restaurantes, y también caer en refinamientos que aún si fueran fáciles de tragar son difíciles de entender. Hay variantes en el mundo lusófono, pero en este caso hablamos de la feijoada de Río, porque Vinicus  de Moraes era un pedazo de carioca, y no parece que el poema se refiera a ninguna otra.

Por mi parte, la he visto así (como se puede mirar la materia oscura del universo): el guiso humeante de frijoles negros con los trozos de carnes misteriosas, farofa (harina de yuca sofrita y aderezada), arroz blanco, couve (una especie de acelga que se corta en tiritas y se rehoga), y gajos de naranja, lo cual le da otra dimensión. Recuerdo un botiquín (bar) donde venía incluida en el precio una batida de cachaza con limón, que caía muy bien al final, aunque el final de la feijoada suele ser largo y trascendente. En general, es comida de sábado. Y la probé por última vez un sábado, en un callejón cercano a Praça XV, en el centro de Río.

El poema de Vinicius tiene sentido del humor, refleja un modo de vida personal. Está dirigido a su amiga Helena Sangirardi y comienza con la advertencia que le manda una receta prometida, y explica (en portugués sin arriesgarnos a traducir): «Este poeta / Segundo manda a boa ética / Envia-lhe a receita (poética) / De sua feijoada completa».

Quienes esperen una guía tan articulada como la del caldillo de congrio de Pablo Neruda, están perdidos. Desde el comienzo el poeta explica que al levantarse, tarde, quiere encontrarse con todo picado desde temprano, para no manchar las manos de vate, y que se limitará a dar unos toques artísticos, pero aparentemente cruciales, a la olla donde hierven los frijoles negros. «Vigiaremos o cozimento / Tomando o nosso whisky on the rocks«.

Una vez cocida esa parte, el poeta se acerca a la olla: «E em elegante curvatura: / Um pé adiante e o braço ás costas / Provaremos a rica negrura».

Entran las carnes secas y otras al guiso, y un secreto de Vinicius: «Uma língua fresca pelada / Posta a cozer com todo o resto».

Entran luego hojas de laurel y el chorizo, llamado linguiça. Luego el couve y la farofa, y «A laranja gelada».

Sólo conozco estas dos recetas en la poesía de Vinicius, la de mujer y la de feijoada. Pero ahora que escucho las olas siento el alivio de haber pasado un rato revisando su obra. Quienes lo conocen, saben que en español es imprescindible un libro verde, de Ediciones de la Flor de Buenos Aires, cuyo editor era en esos años Daniel Divinsky. No sé si el libro ahora pasó a otra editorial, pero a lo largo del tiempo lo he regalado y recuperado varias veces, aunque no es facil encontrarlo.

El que tengo ahora huele a moho, pero en Lima todo se humedece. Hay unos cuantos poemas marcados, como la poética donde dice que: «De mañana oscurezco, de día tardo, de tarde amanezco, y de noche ardo».

No sé si Vinicius de Moraes es un gran poeta, porque no entiendo de poesía a ese nivel, pero es un poeta de grandes sentimientos. Y, como es sabido, letrista de canciones universales como la desgastada Garota de Ipanema. Por ahí tengo guardada una Playboy donde aparece la garota posando desnuda con su hija, porque el tiempo ha pasado. En Río hay un restaurante con ese nombre donde, dicen ellos, Vinicius y Tom Jobin cuajaron la canción. No se si será verdad pero, ya que hablamos de comida, ese es un point obligado para comer «picanha na chapa» y kibe
frito.

De las canciones de Vinicius evoco siempre una de la película Orfeo Negro, cuando los niños de la favela suplican: «Orfeo, haz salir el sol». Y Orfeo, negro hermoso y monumental de los años 50, agarra la guitarra y canta esa «Mañana, tan bonita mañana». Recuerdo también con quién vi esa película por primera vez. Luego están los discos con Toquinho, y con otros, como Creuza, Bethania, o Vanoni, y ese concierto que, por azar, o por destino, nos tocó una vez en la sala Canecao de Río: homenaje a Vinicius, por Tom Jobim. El poeta siempre ponía el whisky encima del piano, y toco tantas veces, que dejó la huella del vaso marcada, dijo Jobim mientras acariciaba el lomo del
instrumento.

Las dos recetas poéticas de repente convergieron (¿sería por el ruido del mar?).

Se trata de una imagen que se me aparece casi cuando termino de leer el poema sobre la feijoada, tal vez porque la vi o la soñé hace poco. La de una mujer con huecos claviculares, tirada en una hamaca de colores, que dejaba colgar su brazo y acariciaba con la mano un gato gris. Cerré los ojos, y cuando los abrí ya no estaba allí. Pero lo juro, la vi hace apenas unos días.

Quizás se me apareció porque al final del poema Vinicus de Moraes sentencia rotundamente que después de comer una feijoada el cuerpo pide un placer ineludible: «Evidentemente una hamaca / Y un gato para acariciarlo con la mano».

(the fin)

La foto, la saque de Wikimedia

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